Conciencia individual
Desengáñate.
Llévate la mano al pecho
y deja que ese pájaro asustado
te cuente la verdad.
El amor propio no existe.
Quédate solo
e intenta formarte una opinión
–buena o mala–
de ti mismo.
No puedes.
O puede que puedas,
pero te la suda,
porque tú no eres tu público.
Tú ni siquiera
sabes que existes.
Apenas eres la centralita
que recibe los informes
–buenos o malos–
que te envían sobre alguien
que lleva tu nombre
y te devuelve el susto
desde el espejo,
alguien a quien tú también
ves desde fuera,
y cuyas desventuras
te duelen en propia carne.
Y eso es todo.
Porque lo único que sabes
de ti mismo
es que el pájaro de tu pecho
salta de alegría
o se caga de pena,
y eso siempre tiene que ver
con los demás,
con los demás,
con los demás.
Y sabes que la única forma
de hacer que el puto pájaro
deje de romperte los pulmones
a picotazos es ser agradable,
triunfar, crecer, oler bien,
hacer favores, no enfadarte,
acordarte de los cumpleaños,
no mentir mucho, ser gracioso,
tener una respuesta para todo,
besar bien, tenerla grande,
no tener pelos en la espalda,
ser serio y justo,
tener hijos, malcriarlos,
tener nietos y malcriarlos aún más.
Hazlo así.
Con suerte,
en tu entierro
habrá mil personas
que te conocerán mejor
que tú mismo.
Y volverás triunfal
al lugar donde tampoco sabías nada,
pero no había nada de qué preocuparse,
porque los demás hacían
todo lo que había que hacer:
quererte, quererte, quererte.
Llévate la mano al pecho
y deja que ese pájaro asustado
te cuente la verdad.
El amor propio no existe.
Quédate solo
e intenta formarte una opinión
–buena o mala–
de ti mismo.
No puedes.
O puede que puedas,
pero te la suda,
porque tú no eres tu público.
Tú ni siquiera
sabes que existes.
Apenas eres la centralita
que recibe los informes
–buenos o malos–
que te envían sobre alguien
que lleva tu nombre
y te devuelve el susto
desde el espejo,
alguien a quien tú también
ves desde fuera,
y cuyas desventuras
te duelen en propia carne.
Y eso es todo.
Porque lo único que sabes
de ti mismo
es que el pájaro de tu pecho
salta de alegría
o se caga de pena,
y eso siempre tiene que ver
con los demás,
con los demás,
con los demás.
Y sabes que la única forma
de hacer que el puto pájaro
deje de romperte los pulmones
a picotazos es ser agradable,
triunfar, crecer, oler bien,
hacer favores, no enfadarte,
acordarte de los cumpleaños,
no mentir mucho, ser gracioso,
tener una respuesta para todo,
besar bien, tenerla grande,
no tener pelos en la espalda,
ser serio y justo,
tener hijos, malcriarlos,
tener nietos y malcriarlos aún más.
Hazlo así.
Con suerte,
en tu entierro
habrá mil personas
que te conocerán mejor
que tú mismo.
Y volverás triunfal
al lugar donde tampoco sabías nada,
pero no había nada de qué preocuparse,
porque los demás hacían
todo lo que había que hacer:
quererte, quererte, quererte.