Ciclistas
Un ciclista en la ciudad
es un surtidor de moralidad advenediza,
un grano en el culo,
como una monja en la mansión Playboy.
Con maestría clerical
te juzgan, te acomplejan y te aterrorizan
haciendo sonar sus timbres para que saltes de la acera
y mueras atropellado por un coche.
Los ciclistas están por encima de tu muerte.
Los coches son culpa tuya, por no tener bici.
Los ciclistas quieren que todos tengamos bici,
que formemos una plaga a pedales,
una turba justiciera que arrase con coches y peatones.
Los coches contaminan y los peatones somos gilipollas.
Solo los ciclistas pueden llamarse seres humanos,
con sus brazos bronceados y sus piernas terroríficas,
con su aspecto siempre primaveral, siempre saludable.
Dan miedo.
Una bicicleta no es un vehículo, es un dedo acusador,
la prolongación de una mente responsable y solidaria.
Una bicicleta es un arma contra la pasividad de los peatones.
Los peatones tenemos que elegir, o bicicleta o coche,
o con los ciclistas o contra ellos.
Ya no hay sitio en este mundo para los neutrales.
En realidad nunca lo ha habido.
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