Almax
Digiero mal la vida.
Viva lo que viva,
siempre se me quedan
trozos en el estómago.
Ese es el precio de comer
más de lo que puedes masticar.
Me lo trago todo entero.
Os tragué a vosotros, queridos amigos.
Me empaché, os cagué
y creí olvidaros.
Pero no.
No os olvido,
pobres víctimas de mi glotonería,
y sé que tampoco me olvidáis.
Sé que me perdonáis
más de lo que me perdono yo.
Digiero mal la vida.
digiero mal la amistad,
digiero mal la verdad,
digiero mal la mentira
y digiero peor el amor.
Qué mal os digerí,
amadas mías,
que tengo en las tripas
un detritus podrido
de besos, voces y perfumes.
Te digiero mal a ti,
mujer de mi vida.
A ti, que me comes
tan bien y tan despacito,
enriqueciéndome a cada bocado.
Y yo, que siempre tengo prisa,
te devoro sin miramientos.
Me trago tu dulzura,
tu sonrisa de ángel,
tus ojos verdes (¿o azules?
creo que ni tú lo sabes).
Te engullo y no te digiero.
Por eso a veces
te vomito encima
mi propio veneno,
como si tú tuvieses la culpa
de que yo sea gilipollas.
Digiero la vida la hostia de mal.
Fui a la farmacia,
compré mil tabletas de Almax,
y con furia asesina
me las tragué.
Casi muero en el intento
de expulsaros,
tropezones putrefactos.
Y ahí seguís,
fantasmas de mierda.
Ahí estáis, asesinos míos,
Y no puedo expulsaros
ni con Almax, ni con Evacuol
Ni con nada.
Preferís quedaros
nadando en mis jugos gástricos,
destruyéndome desde dentro
sin piedad y sin prisa.
Fantasmas de mi corazón,
¡qué justa es vuestra venganza!
Viva lo que viva,
siempre se me quedan
trozos en el estómago.
Ese es el precio de comer
más de lo que puedes masticar.
Me lo trago todo entero.
Os tragué a vosotros, queridos amigos.
Me empaché, os cagué
y creí olvidaros.
Pero no.
No os olvido,
pobres víctimas de mi glotonería,
y sé que tampoco me olvidáis.
Sé que me perdonáis
más de lo que me perdono yo.
Digiero mal la vida.
digiero mal la amistad,
digiero mal la verdad,
digiero mal la mentira
y digiero peor el amor.
Qué mal os digerí,
amadas mías,
que tengo en las tripas
un detritus podrido
de besos, voces y perfumes.
Te digiero mal a ti,
mujer de mi vida.
A ti, que me comes
tan bien y tan despacito,
enriqueciéndome a cada bocado.
Y yo, que siempre tengo prisa,
te devoro sin miramientos.
Me trago tu dulzura,
tu sonrisa de ángel,
tus ojos verdes (¿o azules?
creo que ni tú lo sabes).
Te engullo y no te digiero.
Por eso a veces
te vomito encima
mi propio veneno,
como si tú tuvieses la culpa
de que yo sea gilipollas.
Digiero la vida la hostia de mal.
Fui a la farmacia,
compré mil tabletas de Almax,
y con furia asesina
me las tragué.
Casi muero en el intento
de expulsaros,
tropezones putrefactos.
Y ahí seguís,
fantasmas de mierda.
Ahí estáis, asesinos míos,
Y no puedo expulsaros
ni con Almax, ni con Evacuol
Ni con nada.
Preferís quedaros
nadando en mis jugos gástricos,
destruyéndome desde dentro
sin piedad y sin prisa.
Fantasmas de mi corazón,
¡qué justa es vuestra venganza!
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