Sublime asfixia
Dos de enero de dos mil once.
Si se alinean quince planetas
puede que alguien lea estos versos
dentro de un siglo o dos.
Maravillaos, habitantes del futuro:
hasta hoy se podía fumar en los bares.
Por si ha desaparecido esa costumbre,
os diré que fumar consiste
en llevarse a los labios un cilindro de papel
relleno con una yerba
que los indios nos dieron en venganza
por haberlos conquistado,
y en aplicar una llama al otro extremo del cilindro,
y en chupar del mismo
repetidas veces, llenándote los pulmones
de humo ardiente y fragante.
¿Absurdo?
Sí. Y malsano. Y molesto.
Pero yo comprendo a los fumadores,
porque son adictos a una sensación de asfixia,
a una presión en el pecho, a un dolor corazón
que solo se siente en los grandes momentos de la vida,
cuando el amor, la belleza o la congoja lo llenan todo.
Hasta hoy,
esa experiencia byroniana
podía ser vivida en los bares,
que son unos locales donde el ser humano
acude para degradar su cuerpo
y liberar su alma.
Ahora los bares son menos bares.
Pronto prohibirán en su interior
el consumo de alcohol
y el acercamiento al prójimo
con intenciones eróticas.
Pronto tendrá que buscar el hombre
un nuevo escenario
para el suicidio colectivo.
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