Ladrillos y piojos

España es un país que se saltó veinte cursos.
Tanto nos pesaban los complejos
que pasamos del parvulario franquista
al doctorado europeo, del piojo
al ladrillo y del ladrillo otra vez al piojo.

Un niño cena media tortilla francesa
ante un televisor de cuarenta y dos pulgadas,
un matrimonio de de cuarentones
tirita en su piso de doscientos metros
con trastero, piscina y garaje.
El banco que les dio treinta años
para pagarlo, les da una semana
para largarse antes del deshaucio.

Los alumnos comparten pupitre
y compensan con su hacinamiento
la falta de presupuesto para calefacción.
El profesor hace gratis horas extras,
a su mujer la despidieron y ahora trabaja en Francia.
El mes que viene podrá ir a verla.

Una señora empeña sus perlas camino del comedor social.
Un alcalde pone candados en los cubos de basura
para que los pobres no molesten son su pobreza.
Se vende un BMW en perfecto estado de desesperación,
se cambia chalet de lujo por frigorífico lleno,
la matrícula en Harvard se convierte en un puesto de cajera.

Un ministro quiere españolizar a los que no quieren ser españoles,
un patriota español huye del país con todo su dinero,
un liberal convencido exige la intervención del Estado,
un socialdemócrata se cuestiona el Estado social,
un diputado se sorprende de que alguien le exija algo.

No es la esperanza lo que despega de nuestros aeropuertos
sin aviones. Nos hemos despertado demasiado pronto
de un sueño en el caímos por encanto, narcotizados.
Quién nos iba a decir a nosotros que éramos lo que somos,
que no se puede cambiar de la noche a la mañana,
que el dinero no crece en los árboles,
que la libertad se gana.

Hemos vuelto del ladrillo al piojo y lo vemos todo negro.
Pero tranquilos, algún día el dinero fácil volverá
con su amnésica magia.